miércoles, 23 de junio de 2010

Y me llamó gorda

Nunca seremos conscientes del daño que pueden ocasionar nuestras palabras en oidos ajenos, ese dolor es similar al que nosotros sentimos cuando ese punzón verbal incide directamente sobre nosotros, pero nunca igual porque lo que nos afecta el entorno depende solo y exclusivamente de nosotros. Un comentario desafortunado como: "Cariño, es que esos colores tan vivos te hacen parecer más rellenita" o uno de un impresentable como: "Deja de comer que estás hecha una gorda" puede descolocar todos nuestros esquemas y hacernos entrar en una vorágine nada saludable para nuestra salud mental y física.



Los trastornos del comportamiento alimentario (TCA) están a la orden del día y la sociedad y el culto al cuerpo no favorecen que esta tendencia mejore. Siempre os digo lo mismo pero solo hace falta ver la televisión unos minutos para ser conscientes de lo perfectas que son las mujeres de televisión y lo imperfectas que somos las mujeres reales. Con este panorama no es de extrañar que nuestras adolescentes (y el resto de mujeres) padezcan más casos de anorexia y bulimia que en ninguna otra época de la historia y aunque muchas de nosotras no lleguemos al TCA como tal sí es cierto que un porcentaje bastante alto tenemos (me incluyo en este grupo) cierta aversión a la comida y un miedo (en la mayoría de los casos) bastante injustificable a engordar.

En la etiopatogenia de la anorexia y la bulimia nerviosas influyen tres tipos de factores en la aparición y mantenimiento de estas enfermedades: factores predisponentes, precipitantes y perpetuantes.
  • Predisponentes: constan de factores ambientales y congénitos que predisponen al individuo a padecer el TCA. Entre ellos encontramos mayor prevalencia en el sexo femenino, autoestima baja, afán de perfeccionismo, familiares o incluso el propio paciente con obesidad, excesiva dependencia materno-filial, padres sobreprotectores, sociedad excesivamente preocupada por la figura física, etc.
  • Precipitantes: son aquellos que inducen directamente a la aparición de la enfermedad. Como ejemplos tenemos: insatisfacción con el peso y la figura corporal, persistencia a actitudes y comportamientos alimentarios restrictivos, inadecuados y carenciales, comentarios inoportunos (como los mencionados anteriormente), dietas llevadas a cabo incorrectamente que motivan al paciente a seguir perdiendo. Esta pérdida se ve acentuada por el reforzamiento positivo del entorno: "¡Qué estupenda te has quedado!", "¡Estás guapísima, qué peso te has quitado de encima!" o el típico "Ahora verás como te va todo mucho mejor".
  • Perpetuantes: favorecen que el TCA se alargue en el tiempo aunque el paciente y el entorno piensen que ya está superado. Por ejemplo, seguir criticando la imagen corporal, intentar superar los problemas del entorno a través de la comida, someterse a comparaciones e incluso la propia distorsión de la imagen corporal que tiene el paciente debido a la desnutrición.
Quiero que quede claro que en este post no pretendo culpar al entorno de los pacientes con TCA de la enfermedad, ni mucho menos. Poseo la opinión de que cada uno es responsable de sus actos y aunque lo que nos rodea esté confabulado para que padezcamos un TCA nosotras, y repito, NOSOTRAS tenemos la última palabra y la posibilidad de elegir no padecer esta enfermedad. Para ello no hay una varita mágica que cambie nuestra constitución ni que nos haga ser perfectas a los ojos ajenos. La solución a todo esto: desechar mitos como que si estamos más delgadas (aunque nuestro IMC esté en la normalidad) nos va a ir la vida mucho mejor y querernos (que esto parece muy fácil pero no lo es tanto), amarnos a nosotras mismas con todas nuestras fuerzas porque solo tenemos un cuerpo y una oportunidad para vivir y no sé vosotros, pero yo no pienso desperdiciar mi vida intentando ser algo que nunca voy a alcanzar (porque siempre vamos a tener frustraciones) y que tampoco me asegura la felicidad cuando llegue.

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